8/7/14

LXI.- Educación y tradición (4)

Educación y tradición (4)


En el comportamiento de los hombres entre sí lo que importa es experimentar al tú realmente como un tú, esto es, no pasar por alto su pretensión y dejarse hablar por él. Para esto es necesario estar abierto [...] a la experiencia que caracteriza al hombre experimentado frente al dogmático. 


(T. W. ADORNO) 


Con motivo de tener que preparar una conferencia he vuelto a releer la novela de Mario Benedetti Primavera con una esquina rota. Y ello me ha puesto en evidencia que el tiempo no pasa en balde por nosotros. Uno quiere creer que entiende mejor las cosas, por lo que se ha vivido; pero no estoy del todo seguro: es posible que simplemente las entendamos de otra manera. 
La novela tiene dos citas introductorias, de las que me interesa la primera, de Fernando Pessoa -de su libro “O guardador de rebanhos” y su heterónimo “Alberto Caeiro”-: 

Se soubesse que amanhâ morrìa 
e a primavera era depois de amanhâ,
morrería contente, porque ela era depois de amanhâ.

La traducción de nuestro querido y recordado Ángel Campos es la siguiente:

Si supiese que mañana moriría 
y la primavera llegare pasado mañana,
me moriría contento, porque ella llegaría pasado mañana.

La cita es tan oportuna como significativa, pues la novela de Benedetti es claramente una novela de tesis en la que se apuesta por un "pasado mañana" muy determinado, que es la sociedad sin clases que propugna el comunismo. Se trata de un libro que a la vez denuncia y anuncia, de alguien que manifiesta su fe -una fe atea y secular- en una futura sociedad más justa. Yo he ido perdiendo poco a poco esta fe que mira hacia delante de la historia, como perdí la otra fe que miraba hacia arriba de los cielos. Una ha sido negada por la propia historia, y la otra no ha sido confirmada en su primitiva escatología. Hoy pienso, tratando de recuperar otra fe con más visos de realidad humana realizable y más acorde con una traducción e interpretación más adecuada de nuestra propia tradición, que ni adelante ni arriba, sino adentro, aquí y ahora. Ahí sigo buscando lo que posiblemente muchos hombres y mujeres encontraron ya hace tiempo, cuyos testimonios escritos leo y releo y cuyo ejemplo de vida tira de la pesada gravedad de mis egoísmos -individuales o de clase-. 

Volviendo sobre la relectura de Benedetti, veo que hay tres cosas esenciales que yo he aprendido en mi pérdida de fe -o mi pérdida de candor- en el progreso colectivo:
Una, que nada ni nadie puede violentar la llegada de la primavera: “La primavera ha venido / nadie sabe como ha sido”, dice el poeta, el mismo que dijo aquello de “se hace camino al andar”. De igual modo, nadie puede imponer la fraternidad universal  a la fuerza. “El don de sí mismo -dicen Juan Mateos y Juan Barreto comentando el Evangelio de Juan- es progresivo, es un camino, un crecimiento en intensidad y extensión. Se desarrolla la capacidad de amar y se descubren nuevas posibilidades de hacerlo”. Este es el camino que se hace al andar, no cabe violentarlo desde el poder, cualquiera que este sea. Aunque es cierto que a veces ayuda. 
Aparte de la revolución cristiana, que es permanente si se entiende como Dios manda, ha habido en nuestra reciente historia dos revoluciones importantes: una, la revolución francesa de 1789 que hizo la burguesía contra el Antiguo Régimen; y otra, en 1917, que hizo el proletariado contra la burguesía. La primera no supo resolver el encaje de la “égalité“ con la “liberté”; la segunda, no supo resolver el encaje de la “égalité” con la “liberté”. Ninguna de las dos supo dar respuesta a la cuestión de la “fraternité”. Por eso digo que la revolución cristiana es permanente, porque la “fraternité” -que es lo único que puede sostener al mismo tiempo la “égalité” y la “liberté”- no se puede imponer por la violencia de una revolución. Si cada hombre no cambia interiormente, los cambios revolucionarios se vuelven enseguida contrarrevolucionarios. 
La segunda cosa esencial, derivada de la anterior, que yo creo haber aprendido es que la actitud de entrega total a una causa noble -como la que Benedetti pone en evidencia en los personajes de su novela-, hasta estar dispuesto a dar la vida por ella, es algo que también viene del cristianismo -nada que ver con la yihad del fundamentalismo islámico-. Lo señala como de pasada el propio Benedetti - página 205 de su novela- dando las gracias a John Ford por la épica y la ética que nos regala en sus películas  Es cristianismo lo que vemos en las películas de John Ford, donde todo está humanamente en su sitio, incluso el pecado.
La tercera cosa esencial aprendida, que la lectura de Habermas -ateo, también como Benedetti- me ha confirmado, es que las religiones, y especialmente la cristiana, están aquí para quedarse. No son reliquias de un pasado que irá pasando a mejor vida como consecuencia de la tarea ilustradora y política del materialismo, el positivismo o el cientifismo. Es lo que yo creo que piensa, sin embargo, Bendetti, cuando en su novela dice que el rezar “todavía se usa” -página 196-.  En este “todavía” hay un prejuicio bastante común a la ideología progresista, que piensa que el progreso, tal como ellos lo entiende, arramblará con todo resto tradicional. Habermas, más sobrio, no lo piensa así, y considera que debemos todos acostumbrarnos no sólo a tolerarnos y convivir unos con los otros, sino que tenemos también que hacer el esfuerzo de aprender los unos de los otros. Esta apertura total al aprendizaje es, valga la redundancia, el aprendizaje más valioso de cuantos he aprendido. Como dice Adorno: En el comportamiento de los hombres entre sí lo que importa es experimentar al tú realmente como un tú, esto es, no pasar por alto su pretensión y dejarse hablar por él. Para esto es necesario estar abierto [...] a la experiencia que caracteriza al hombre experimentado frente al dogmático