28/5/14

LII Cuaderna vi(t)a

LII
Cuaderna vi(t)a 

El primero es Gonzalo de Berceo llamado, 
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino, 
que yendo en romería acaeció en un prado
y que los sabios pintan copiando un pergamino.

La anterior cita es la primera estrofa de un poema de Machado que titula “Mis poetas” (CL, páginas 600-701 del tomo I de sus obras completas de la edición crítica de Oreste Macrí, Espasa-Calpe, 1988). 
A Machado lo han acusado algunos de prosaísmo, creo que sin mucho fundamento. Un ejemplo que puede prestarse a esta precipitada acusación es este poema. El poema es, aparentemente, una típica lección escolar de literatura. De manual. Casi prosa. Casi, pues ahí, como el que no quiere la cosa, a lo “machado”, se nos dicen muchas sin decir diciendo. 
Por ejemplo, hay un doble sentido en la palabra “primero”. Berceo es el primer poeta de nombre conocido -”llamado”, o sea, nombrado y señalado con una vocación, la de poeta- y es el primero entre los poetas -”mis poetas”- que Machado prefiere. Con esta afirmación, sutilmente provocativa, Machado reivindica para sí su pertenencia a una tradición literaria, la nuestra, desde su origen.  Y reivindica también para sí, no sin cierta ironía, su propia originalidad. Machado sabe que unos son “los originales” y otros “los novedosos”, que -dice él también- suelen apedrear a los primeros. Y sabe también que quizá toda obra original no sea nada más –y nada menos- que la relectura, reinterpretación y reescritura de una tradición siempre rehaciéndose desde el principio. Como  nuestra memoria personal, que se reconstruye una y otra vez desde el ahora que se vive.
También se dice que Berceo es poeta y peregrino, información que resultaría redundante, incluso una perogrullada, si no fuera porque a Machado, como sabemos, le gusta jugar con estas formas de decir que son casi un no decir. Berceo es, como él mismo, “poeta y peregrino”. Un peregrino, un caminante, que hace su propio camino al andar, pues se trata de un camino interior; y un poeta, que entiende la poesía de una determinada manera, como “canto y cuento”: 

Copiando historias viejas, nos dice su dictado, 
mientras le sale afuera la luz del corazón. 

Dicen otros versos de este poema. En realidad, este último verso del poema de Machado es del propio Gonzalo de Berceo. Uno de los mejores versos de nuestra literatura, ha dicho otro poeta que no cito porque he olvidado quién era. 
De nuevo la sutil ironía machadiana, porque lo que importa aquí es el “mientras”. Este “mientras” hace referencia a otro tiempo distinto del contar -del “cuento”-, el tiempo del canto, que es un tiempo sin tiempo, un tiempo en el que no están nunca ni el mañana ni el ayer escritos.
Vemos que la palabra “copiando” se repite. Berceo no escribe nada nuevo; “copia”, versifica en “roman paladino”, los milagros atribuidos a la Virgen que, como se sabe, están recogidos de un manuscrito en latín de la época. Su afán, además, es didáctico; se dirige a un público analfabeto que debe oír el cuento y para el que los tetrástrofos monorrimos son escritos, para que el verso ayude a la memoria. 
La ironía es una puya contra “los sabios”, que pintan a Berceo “copiando un pergamino” y no captan el latido de su corazón. Con razón decía Rilke que toda crítica es siempre un malentendido. 

La palabra “cuaderna”, por sí misma, tiene que ver con el mar y con la construcción de barcos y edificios. Y también con “cuaderno” ¿Un Cuaderno de Bitácora? 
Decir “cuaderno” y “cuaderna” nada tiene que ver con la ideología de género. Los que me conocen saben bien que yo no he sido nunca políticamente correcto, y como comprenderéis, no lo voy a ser ahora, que, jubilado como estoy -”retirado”, sería la palabra adecuada-, me siento más libre que nunca. 
Si consultáis el diccionario veréis que hay una entrada para “cuaderna” que incluye como una de sus acepciones la de “cuaderno”. Pero si pongo “cuaderno”, entonces no se hubiera producido esa asociación con “Cuaderna vía”, que es lo que se pretende. Y además, “cuaderna” tiene otras acepciones interesantes.
Por ejemplo, en su raíz etimológica, “quaternus”, o sea, “cuatro”, que es un número que expresa una totalidad, una unidad completa, un arquetipo de nuestra unidad esencial y genuina, según dice el psicólogo Jung.  Quizá por eso “cuaderna” tiene que ver también con algo sustentador: una costilla -de Adán o de Eva, para el caso es lo mismo-, la pieza que sostiene la armadura de un barco, la más ancha, situada en medio, la que sostiene a las demás, que es llamada “cuaderna maestra”. He ahí las relaciones: con los barcos tiene que ver, efectivamente, el llamado “cuaderno de bitácora”, donde se anotan las vicisitudes de la navegación y el camino andado o navegado. ¿“Estelas en la mar”? ¿Como se hace permanente lo que al tiempo que se va haciendo se va borrando? ¿Qué es lo que nos queda del viaje? 
“Cuaderna” también significa “libreta”, agenda, álbum, breviario, memorándum, bloc (o blog).  Y libro.

La palabra “vía” significa “camino” en todas sus acepciones: sitio por donde se pasa de un lugar a otro, procedimiento por el que se comunican dos cosas o seres, y también método, instrumento o medio para realizar alguna cosa, material o espiritual –vías ascética y mística- … Hay vías de agua, cultas, ejecutivas, férreas, lácteas, libres, muertas, ordinarias, sacras, secas, sumarias… ¿Qué significa esa “t” entre paréntesis en medio de “vía”? 
Con esa “t” lo que pretendo es que el lector juegue conmigo a ver al mismo tiempo, por un lado el “camino”,  y por otro, todo lo que se refiere al vivir y a la vida, que contiene la raíz “vita”, que a tantas palabras nuestras acompaña. 
Pero la palabra “camino” se puede entender de distintas maneras, y caminos hay muchos en la vida. La vida es un camino y el hombre un caminante. Que cada cual busque su propio camino, el de su vida. Y como “camino” significa también discurso, seguiremos caminando, es decir, platicando siempre de lo mismo.


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