17/3/14

XXXII.- Oficio y experiencia


He who can, does. He who cannot, teaches. 
("El que sabe, hace. El que no, enseña.")  
(GEORGE BERNARD SHAW)

Esta cita de Bernard Shaw puede tomarse como una ocurrencia chistosa o como un aforismo muy serio que invita a la reflexión y la autocrítica.  Yo creo que se trata de una sencilla y profunda verdad que denuncia la consustancial impostura que tiene toda pedagogía y todo afán apostólico de la que hemos de ser conscientes si queremos que sus efectos sean más positivos que negativos. Los efectos positivos provienen de lo que se ha llamado en nuestra tradición “docta ignorancia” y de la práctica del método socrático, a saber: que todo aquel que enseña debe saber ante todo que no sabe y que en la relación pedagógica, el hacer que concitan el aquí y el ahora en la relación adquiere prioridad sobre los proyectos y los mecanismos, ideológicos y burocráticos, supuestos el sentido común y los criterios adecuados.  Quiero creer que a esto mismo se refería también Dewey al decir que vale más un gramo de experiencia que una tonelada de teoría, aunque no entiendo que teoría y práctica tengan que ser cosas opuestas, si una cosa y la otra son bien entendidas. 
La palabra “teoría” tiene muy mala prensa entre la gente que tiene el oficio de enseñar. Esta mala fama se justifica en el doble hecho de que en este oficio, sobre todo últimamente, se ha tomado muy a la ligera la teoría y se la ha confundido con opiniones gratuitas de los despachos burocráticos plasmadas en el boletín oficial, o de los despachos académicos donde se ha confundido a su vez el contexto del aula y sus relaciones entre sujetos humanos con otros contextos en donde las “teorías” se aplican sobre objetos mecánicos; dicho de manera directa: se han tomado las escuelas por fábricas de tornillos. De la manipulación política de la ignorancia ni hablo, pues sería mezclar y confundir demasiadas cosas. 
La teoría, en el campo de los acontecimientos humanos, adquiere la forma de sabiduría.  El término griego sophía y el latino sapientia remiten a un campo semántico compartido que está en relación con la experiencia, el saber, el ejemplo y la habilidad.  Lo teórico y lo práctico no están aquí en una relación de causa y efecto, sino en una relación dialéctica en la cual ambos términos son inseparables.
La pedagogía no pertenece al ámbito de la teoría pura–theoría- ni tampoco al de las aplicaciones mecánicas de la tecnología –tejné-, sino al ámbito de la phrónesis, de un saber de reglas que hay que aplicar a contextos cambiantes según el lugar, el tiempo y las personas.  Es decir, que la enseñanza no es una ciencia ni una técnica, sino un arte, un oficio, un saber de experiencia. 
Ahora bien: una cosa es tener experiencia y otra tener años de servicio, trienios y sexenios. ¿Qué debe hacer el profesor para aprender de su propia experiencia? ¿Cómo forma en él mismo las actitudes que los alumnos deberán adquirir también para hacer fructífera, de manera mutua, la situación de aprendizaje?  ¿Cómo aprenden los padres de familia a serlo, a ejercer este oficio tan importante y tan determinante para la vida humana y para cuyo ejercicio no se exigen títulos de ninguna clase?
Cuando digo que la enseñanza es un arte, un oficio, un saber de experiencia, no quiero que se me entienda mal; es decir, no quiero que se entienda que lo único que tiene que hacer un aspirante a profesor es ponerse a trabajar y ya irá aprendiendo. No toda práctica se convierte en experiencia. La experiencia necesita, como cualquier otra actividad, dos cosas esenciales: una conexión efectiva con la realidad y una orientación pertinente; y en este sentido debe ser matizada en cuatro líneas complementarias:
a) La experiencia debe conectar con toda la realidad compleja que configura el hecho educativo. 
b) La experiencia debe ser reflexionada, consciente. 
c) La experiencia depende de un contexto histórico-cultural determinado que se ha formado con otras experiencias a lo largo de una tradición.
  1. La experiencia debe ser verificada de la manera que exige la complejidad de los hechos humanos, mediante el ejemplo y el testimonio.
e) La experiencia se adquiere en la práctica teniendo como referencia a alguien con experiencia, a un maestro que sirve de modelo y referente. 
La conexión con la realidad viene de la apertura a toda la realidad, siendo consciente de los filtros ideológicos, inevitables y a su manera necesarios, que reducen y ofuscan nuestra percepción y sirve de justificación a nuestros errores e incongruencias.
La reflexión supone mirar y mirarse en una trayectoria que, desde el presente, indaga la memoria y ausculta el futuro. La reflexión supone que el que observa su hacer, se observa al mismo tiempo a sí mismo haciendo y en compañía.
El contexto cultural implica asumir una tradición sin traición y sin tradicionalismo; en la tarea crítica de la entrega y recepción de una cultura que nos acoge en su morada,  nos alza en sus andamios y nos invita a ir más allá en sus puentes. 
La verificación debe realizarse desde nuestro sentido común y nuestra honradez, es decir, desde la observación desprejuiciada de los frutos que producen nuestras acciones y nuestras propias reacciones a las mismas.
El aprendizaje del oficio tiene que aprenderse como se aprenden todos los oficios: en el taller y en presencia de un maestro que ya sabe el oficio. 

La experiencia, pues, tiene sus exigencias, que vienen determinadas por la complejidad de los asuntos prácticos y por el sentido del vivir de todo ser humano. Lo que hoy se sirve a raudales en las instituciones donde se forman los docentes, nada tiene que ver con todo esto que acabo que decir. 

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