5/3/14

XXVII.- CRISIS DE LA EDUCACIÓN (2)



Se podrían señalar muchos síntomas que ponen de manifiesto la extensión y hondura de la crisis de la educación, pero voy a señalar ahora uno solo que resulta bastante evidente para los que hemos vivido su evolución en estas últimas décadas y tal vez pueda pasar desapercibido tanto a quienes siguen enzarzados en los viejos y estériles debates ideológicos como a los más jóvenes, más ajenos a estas coyunturales controversias. Es un síntoma que desde que el mundo es mundo se viene repitiendo tanto en la evolución biológica de las especies como en el desarrollo histórico de las culturas humanas. Se trata del gigantismo. Cada vez que una especie, una cultura, una institución, dejan de estar adaptadas a las circunstancias en que viven, tienden -en una especie de mecanismo de supervivencia que sin embargo acelera su extinción- a crecer como un cáncer apropiándose de aquello que precisamente les da vida. En mi opinión, lo que pone más en evidencia que la institución escolar está en crisis es este desmesurado crecimiento que viene experimentando desde la segunda mitad del siglo pasado, un crecimiento fuera de control en su afán de controlar, desequilibrado por los afanes de los esquemas ideológicos que creen que más de lo mismo es siempre mejor, y que acaban siempre aumentando una pesada burocracia y una inercia de intereses, todo ellos factores que se refuerzan mutuamente para producir la situación actual.

Los factores generales del problema –a los que hay que añadir otros más, desde luego, coimplicados y relacionados con ellos- se vienen mostrando, desde hace años, como referentes de la crisis y se discuten una y otra vez en sus diversas formas y manifestaciones. Son temas conflictivos que no encuentran un punto de equilibrio en su resolución adecuada y del agrado de todos: niveles de instrucción cada vez más bajos, falta de libertad y consecuentemente de responsabilidad y autonomía en los profesionales, masificación, ausencia del esfuerzo que conlleva todo aprendizaje, una idea del derecho a la educación como el trasvase automático de facilidades y títulos fraudulentos, fracaso escolar pese a todo, falta de autoridad, falta de oficio, aumento de una escolarización sin formación, improvisación y  activismo inconsecuente, etc., etc.. A todos estos problemas sin resolver hay que añadir una cuestión de fondo que no suele salir a la palestra en la discusión habitual: la del modelo o estructura de funcionamiento de la institución, un modelo que se empeña en tratar lo complejo como si fuera complicado, aplicando estructuras organizativas y de gestión procedentes del ámbito de la fabricación de objetos sin conciencia, aumentando cada día más la carestía del servicio en dinero, en tiempo y en energía humana a la vez que lo hacen cada vez más ineficaz. 

En cualquier caso, la palabra “crisis”, que hoy se repite hasta la saciedad, no tiene, como bien se sabe, ningún sentido peyorativo. Una “crisis”, si acudimos al origen griego de esta palabra, es una invitación a mirar dentro, a un poner delante de nuestros ojos lo que estaba oculto, la invitación a una “crítica”, a un caer en la cuenta, a tomar conciencia de un problema, bucear en los criterios de fondo. Por eso, como dice el profesor Rodríguez de las Heras, si no existiera la crisis habría que provocarla. Para evitar la catástrofe.

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