21/2/14

XXIII El funámbulo


Es el mejor de los buenos 
quien sabe que en esta vida 
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos...

(ANTONIO MACHADO)


A veces veo al ser humano como un funámbulo. 
Tiene, como el funámbulo, un origen y un destino. Entre ellos, una fina cuerda tendida sobre el abismo.
Como el funámbulo va, desde que nace hasta que muere, caminando por la cuerda. Conforme pasan los años, se vuelven más presentes el principio y el final.
Como el funámbulo se agarra para caminar a una pértiga. Sabe, o debe saber, que la pértiga no es una garrocha para saltar, ni una liana para volar; no es ninguna herramienta. Se agarra a algo que está en el aire, que no tiene suelo ni árbol en que apoyarse. 
La pértiga está allí para que guarde el equilibrio. No debe cargar demasiado un lado de la pértiga en perjuicio del otro; pero tampoco debe buscar la simetría: el punto medio lo dicta el paso. 
El funámbulo se agarra a algo que no es él, que está fuera de él, pero sostenido sólo por él.  Gracias a ella, sin embargo, a la pértiga, puede cruzar la cuerda sin perder pie. Debe confiar en ella, pero no debe aferrarse a ella, pues ha de manejarla con desprendimiento y soltura. La pértiga está allí para cruzar por encima del abismo, no para salvarlo de su caída. 
La pértiga no es un báculo donde apoyar sus manos para caminar, sino una brújula que le ayuda a trazar el rumbo a cada paso que da. La pértiga está allí para que el funámbulo se olvida de sí mismo, y en la medida en que logra olvidarse de sí mismo evitará caer al vacío. 
A veces el funámbulo se duerme y sueña que cae al vacío. Cuando despierta y se mira a sí mismo otra vez encima de la cuerda sabe que tiene que seguir caminando sin perder el equilibrio.  

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