1/2/14

XII DOS CITAS



I

Nuestra época es la época de la crítica a la que todo tiene que someterse. La religión por su santidad y la legislación por su majestad, quieren generalmente sustraerse a ella. Pero entonces suscitan contra sí sospechas justificadas y no pueden aspirar a un respeto sincero, que la razón sólo concede a quién ha podido sostener libre y público examen. 

II

La razón humana tiene el destino particular de verse acosada por cuestiones que no puede apartar, pues le son propuestas por la naturaleza de la razón misma, pero a las que tampoco puede contestar, porque superan las facultades de la razón humana.

ENMANUEL KANT


Estas dos citas de Kant pertenecen al prólogo de la Crítica de la Razón Pura. Dos citas que ponen en evidencia dos cosas aparentemente contradictorias y esenciales que forman ya parte inexcusable de la modernidad. 

La primera, que ninguna ideología dominante, sea religiosa o secular, puede ya sustraerse a la crítica racional sin perder por ello su estatus y autoridad como guía de la humanidad. La primera cita es por ello, para mí, una invitación constante a examinar mis propias suposiciones, muchas de las cuales son inevitablemente impuestas por las situaciones de dominio que existen en la sociedad en que se nace, se crece y se vive. 
Este aspecto del criticismo exige dos salvedades: una, que tiene que llegar un momento en que la crítica tiene que pararse y autorrefutarse si es que queremos construir algo y evitar el nihilismo postmoderno; otra, que la ilustración debe ejercer el criticismo que propugna también sobre sí misma, si no quiere convertirse en un mito tan irracional como los que critica. 


La segunda, junto a esta reivindicación de la razón como parte esencial de lo humano, el reconocimiento también de su insuficiencia para dar cuenta de ciertas realidades y experiencias de las que algunos seres humanos dan testimonio fiable, y de la incapacidad de la razón también para dar cuenta de sí misma por sí misma. Esta segunda cita me exige aceptar un diálogo permanente con los demás y conmigo mismo,  entre la fe y la razón –sin entrar ahora qué hay que entender por una cosa y la otra- como fórmula necesaria de una mutua fecundación entre ambas que contribuyan a una mayor humanización, a la presencia, no excepcional sino natural, de un homínido verdaderamente humano. Y esto me lleva a considerar el encuentro y la conversación entre personas como las bases de la convivencia y el desarrollo de la humanidad. 

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