3/1/14

III LA MADEJA DE LA MEMORIA





Lo último que encontramos, cuando hacemos una obra, es saber qué es lo que hay que poner primero.
PASCAL


El primer problema que se me plantea a la hora de dar forma a mis reflexiones es por donde tiene uno que empezar. Por el principio, claro. Pero, ¿dónde está ese principio? El tema que servirá de eje a estas reflexiones es la educación; pero yo no quiero hablar de ella como un experto, porque no lo soy y, además, eso sería reducirla a una especialidad académica que precisamente hace mucho daño a la educación.  La educación tiene para mí, una apariencia poliédrica, de tal manera que son muchos los principios por donde uno puede empezar y sobre los cuáles asentar una cualquiera de sus bases. Y creo que esto me ocurre no sólo por los años vividos, que llenan de matices todas las apreciaciones, sino también por mi propia experiencia en el oficio, que he ejercido en distintos lugares y desde distintas perspectivas o miradas sobre el tema. 
La educación, en su realización práctica, tanto social como profesional, se encuentra siempre inmersa en un cúmulo de factores interrelacionados de los que no podemos prescindir sino en deterioro de la misma tarea: un cuerpo pensante y sintiente aquí y ahora, por dentro y por fuera, una lengua con la cual habla, escucha y piensa, un contexto cultural heredado de ideas, valores y costumbres, otros cuerpos y otras almas, otras variables de lengua y pensamiento, otros valores con los que entra en relación, mediaciones políticas, ideológicas, de creencias sobre la tarea, condiciones pragmáticas de índole burocrática, económica, familiar, que se multiplican por todos y cada uno de los factores que constituyen la realidad humana sobre la cual un padre o una madre, un profesor o profesora, un político, un artista, un periodista, un personaje famoso, ejerce su influencia como educador, de manera consciente o inconscientemente. 
Esta representación poliédrica que adquiere nuestro tema me permite y al mismo tiempo me exige desarrollar estas ideas no de forma lineal, sino colocando la base del poliedro una vez de un lado y otra vez de otro, y desde cada posición reconstruir mi argumentación tocando casi los mismos puntos una y otra vez. La memoria, estoy convencido de ello, no funciona mediante el procedimiento de cortar trozos de información y luego pegarlos y ordenarlos según un plan predispuesto, sino mediante la aplicación de capas sucesivas que se impregnan unas con las otras, como cuando se barniza como Dios manda una superficie de madera: lijado y brocha, lijado y brocha, lijado y brocha...  Es lo que ocurre también en una conversación. Consecuentemente con estas premisas y en coherencia con mis presupuestos sobre el aprendizaje humano, no expondré mis reflexiones de una manera lineal y esquemática, sino, siguiendo el hilo de la madeja de la memoria, que es, como dijo el poeta, una manera de “ir dando vueltas al atajo”.

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