29/1/14

XI ESCUELAS DE VERANO



Uno de los fenómenos a que dieron lugar los aires de cambio que vivimos por aquí en los años setenta fue el de las Escuelas de Verano o los llamados también Movimientos de Renovación Pedagógica. Yo estuve muy presente y activo, junto con otros docentes, en el principio y desarrollo de la Evex (Escuela de Verano de Extremadura) y su configuración en una asociación de la que fui su segundo presidente. Nunca he dicho nada sobre esto; pero hoy, por la distancia y cierta actitud de desapego hacia las propias realizaciones, creo que estoy en condiciones de decir algo al respecto. 
Dejé la presidencia y luego, poco a poco, también la asociación, como tengo por costumbre cuando entiendo -según mi entender, naturalmente- que un movimiento entra en vía muerta. Aquí puede permanecer y durar, una vez configurada su estructura institucional y alimentado con recursos ajenos, todo el tiempo que quiera, pero ya no será un movimiento vivo de transformación. Esta es la razón y no otra de que la costumbre de dimitir arraigase en mí tempranamente y la haya practicado con toda naturalidad a lo largo de toda mi vida. 
Desde ese primer momento de “juntarse”, que supone el punto de ignición de toda transformación que se realiza en grupo, hasta el momento presente me han acompañado distintas valoraciones, propias y ajenas, sobre el fenómeno. Mi idea hoy, en el recuerdo, es que la Escuela de Verano de Extremadura -aparte de que siguiera formalmente el modelo de “Rosa Sensat” de Cataluña- floreció aquí con su propia vitalidad, manifiesta en la agrupación de algunos docentes de ambos sexos que quisieron compartir ciertos ideales y tareas, quizá un tanto difusos los primeros, en pro de la renovación de la enseñanza. 
Creo que esto era lo que primordialmente nos unía, aparte de que las Escuelas de Verano en general fuesen también plataformas de lucha política y realizaran la función de formar cuadros de mando, función cuya legitimidad no pretendo poner en entredicho, aunque mi vocación personal no fuera en esa línea, como tuve además ocasión de comprobar.  De hecho, gran parte de quienes estuvimos metidos en este lío hemos asumido en uno u otro momento a lo largo de nuestra vida profesional responsabilidades de dirección y mando en la enseñanza.  
A mí me interesa destacar aquí lo que las Escuelas de Verano tuvieron realmente de “escuela” para algunos de nosotros, más que su aspecto de plataforma o trampolín para la política activa. ¿Qué aprendimos en estas escuelas?  Muchas cosas. Cualquiera de los que participaron en proyectos aurorales de este tipo -pienso también, por ejemplo, en la puesta en marcha de las primeras Universidades Populares- sabe cuánto se aprende en la entrega y servicio a una tarea común y compartida más allá de los intereses particulares.
Para mí lo importante es lo que aprendimos, más que la influencia que pudimos tener en la política educativa.  No tengo nada claro que la pedagogía pueda renovarse sin que los protagonistas que la realizan en la práctica nos renovemos a nosotros mismos.  
Si algo he podido comprobar es esto que acabo de decir.  Pues los maestros y maestras que participaron de forma ejemplar en el programa de Educación Compensatoria en la provincia de Badajoz, que tuve la suerte de coordinar, procedían en gran parte de dos experiencias de aprendizaje en la práctica que tenían como elemento fundamental la selección de un grupo para trabajar en un proyecto común en comisión de servicio (y subrayo la idea de “servicio”): la Escuela de Verano y el colegio piloto “Guadiana” de Badajoz.  Al mantenimiento de esta característica esencial, se añadió una total libertad que permitía la creatividad compartida de las personas del grupo en reuniones periódicas de análisis, discusión y evaluación. Está mal que yo diga ahora que fue un éxito total, porque estas experiencias no constan en ninguna parte. Pero lo fue, y estoy seguro que influyó indirectamente luego en las aulas y escuelas que estos docentes tuvieron que regentar. Esto es para mí la manera de llevar a cabo una auténtica renovación pedagógica.  
Volviendo a la Escuela de Verano, un aspecto que me parece hoy importante era su estructura organizativa, no jerárquica ni burocrática. En esta estructura de grupo aprendimos que todos éramos necesarios y ninguno imprescindible y todo cuanto había que hacer lo hacíamos con nuestras propias manos y discutiéndolo con argumentos que salían de nuestras propias cabezas.  Así el camarada aprendía a mandar y a obedecer al camarada. A pesar de que Andrés Núñez, - el primer presidente de la asociación- con su humor característico, inteligente e incisivo, hiciera una clasificación de los organizadores en señoritos, machacas y oyevés, lo cierto es que, independientemente de que la puesta en escena de las actividades nos colocara en distintas funciones, todos ejercíamos en algún momento de señoritos, de machacas y oyevés

Recuerdo la expresión de uno de nosotros mientras descargábamos sudorosos un camión de mesas, sillas y utensilios de cocina que habíamos transportado desde el comedor de un colegio a Piornal para atender la amplia matriculación de aquel verano en la escuela: “Mira que hacer una carrera para esto...”, dijo con humor. Para colmo, en aquella edición, hubo entre los asistentes una epidemia de diarrea -física, no mental-. Figuraos la situación. En unas instalaciones acondicionadas para unas cuarenta personas, si mal no recuerdo, se habían metido más de setecientas, y encima cagándose las patas abajo. Ahora nos resulta extraño que no nos metieran en la cárcel a todos los de la organización. Pero es que era un momento muy especial, aquel interregno que se llamó “la transición” en el que no se sabía quién mandaba, pues los del régimen que se acababa iban recogiendo sus cosas y abandonando los despachos y los del nuevo régimen todavía no los habían ocupado. Una época de feliz e indocumentada libertad que en seguida se iría por los sumideros enrejados de “la sociedad administrada”. 

28/1/14

X ...NUNCA MUEREN



Últimamente se ven demasiadas canas en las manifestaciones Y se gritan los eslóganes, las consignas y los tópicos que uno lleva oyendo toda la vida, ya bastante gastados e inoperantes. Y las movilizaciones se organizan a través de la red, por donde circula de forma abrumadora y galopante una información interesadamente manipulada o banalizada de la que nadie garantiza las fuentes de información y sobre la que nadie tiene tiempo de hacer las oportunas reflexiones y verificaciones, con lo que esta “aldea global” es efectivamente una aldea en donde lo que prevalece es el chismorreo y la greña.  Son también las testas canosas, tanto en los que tienen provisionalmente el poder como en la oposición que se lo disputa, en las instituciones sociales, en las mediáticas y en las económicas,  las que nos han traído a este atasco que ellos mismos no saben diagnosticar ni saben ofrecer ejemplos y alternativas para salir de él.  Todo marcha a una velocidad, a un ritmo que no es propiamente humano. Y se ha dicho que cuanto más deprisa marcha la historia, más deprisa envejece, pues más pronto se consume lo que se va realizando en ella y a través de ella. 
En esta aceleración de los tiempos y su falta de rigor, los que corremos más riesgo de hacer el ridículo somos los viejos, que creyendo estar contribuyendo a un cambio para mejor, en el fondo defendemos la conservación de estructuras y maneras que, si realmente cambian, nos harán sentirnos aún más perdidos de lo que estamos, acostumbrados a las tutelas y dependencias de la hasta ayer mismo ubérrima vaca del Estado, hoy más parecida a un obeso elefante que, con sus órganos vitales podridos, camina barritando al cementerio. Los gestores de la política, sean quienes sean, saben que de hoy en adelante ya no podrán administrar y repartir alegremente la abundancia; y sin embargo, se aferran al poder, a su conservación, su conquista o reconquista, como a un clavo ardiendo, pues aparte de que la voluntad de poder es una pasión humana, demasiado humana, también saben que en el gallinero la mierda le cae siempre a las gallinas que ocupan los palos más bajos. 
Quizá haya que empezar otra vez de nuevo, sabiendo que se necesitan los andamios que dejan los alarifes jubilados y que los cambios en el edificio se tienen que hacer con los inquilinos dentro. La experiencia es un grado, cierto, aunque hoy esto no se reconozca. También es cierto que nos vuelve más escépticos. A los viejos rockeros nos queda todavía cierta capacidad para indignarnos, y junto a esta capacidad, la tentación de servir otra vez de comparsa en el foro, el proscenio o el mercado al servicio de intereses espúreos, que junto a la experiencia, el buen sentido de la razón y la prudencia a que nos convidan los años, deberíamos saber distinguir y clarificar. El testigo de las generaciones, esto también lo hemos aprendido, se traspasa más difícilmente cuánto más poder y presencia se haya acumulado. Pero quienes nos hemos mantenido ajenos a los podios y a los escenarios y entramos ya en “esa segunda inocencia que da en no creer en nada”, creo que podemos soportar con cierta dignidad “la levedad del ser” y el humilde papel que nos asigna.  Si nos empeñamos en seguir siendo reflejo y referente del momento, nos llevará la corriente, sí, pero como arrugadas nueces, duras y sin abrir, que se irán quedando cada vez más rezagadas flotando sobre los remolinos.

A mí también me gusta el rock and roll, pero también sé -y esto con certeza absoluta- que los viejos rockeros nos morimos, como todo hijo de vecino. Así es que, ¡por favor!, no perdamos la dignidad que merecemos como simples seres humanos poniéndonos aún más en ridículo saliendo en esos programas musicales de la tele con un look impropio de la edad.

27/1/14

IV LOS VIEJOS ROCKEROS...



De senectute: De la vejez, poco he de deciros, porque no creo haberla alcanzado todavía. Noto, sin embargo, que mi cuerpo se va poniendo en ridículo; y esto es la vejez para la mayoría de los hombres. Os confieso que no me hace maldita la gracia (MACHADO, A.: “Juan de Mairena”).

Fuimos educados en el miedo y la búsqueda de seguridad; nuestros padres y abuelos venían de la guerra y la escasez. Maduramos en lucha: ¿ruptura o transición? Se nos llenó la boca hablando del cambio. Pasamos de un régimen político a otro, de una dictadura a una democracia, sin guerras ni revoluciones; de manera ejemplar, dijimos. Por debajo de las formalidades políticas, transitamos casi sin darnos cuenta de una sociedad dogmática y teológica a una sociedad libre, plural y secularizada. 
El proceso de modernización y secularización que en Europa se había ido produciendo de forma más lenta, más tranquila, más pensada, aquí lo hicimos con enorme prisa irreflexiva, pues había que coger el tren en marcha de la Europa rica, del “estado de bienestar”, que se nos escapaba. No dio tiempo a pensar ni los pros ni los contras ni las consecuencias para nuestra manera de ser y nuestras particulares circunstancias. La ruptura, en realidad.
No éramos del todo conscientes que esta dicotomía entre ruptura o transición planteaba no sólo un cambio de régimen, sino una nueva lectura del mundo muy distinta de la de nuestros padres y abuelos. Ahora quizá empezamos a darnos cuenta de esta verdad: que nuestros anhelos juveniles y nuestros interrogantes existenciales no pueden ser resueltos sólo por los cambios políticos. Menos aún por la política que conocemos o vamos conociendo, pues ya hemos visto que en cuanto una ideología alcanza el poder y se asienta en él, por hermosa que sea la causa con que se anuncie, pierde su contenido utópico, olvida los interrogantes por contestar, las injusticias por resolver y los anhelos por colmar de los seres humanos y se convierte en pura propaganda de conservación o reconquista. 
En medio de la abundancia de bienes materiales y derechos recién conseguidos, olvidamos muy pronto que estas cosas no las había regalado nadie, que no venían del programa del partido que había ocupado el poder en las últimas o penúltimas legislaturas. Olvidamos que todo esto eran los frutos del compromiso y el sacrificio de las generaciones de ayer y anteayer, que se justificaban en cierta visión del mundo, en ciertos valores, en ciertos mitos si se quiere. Ideas, valores, mitos que nos hemos apresurado a arrojar pronto como estorbos para cada nuevo viaje hacia el progreso indefinido y continuo de tener siempre más, otro mito en todos los sentidos, pero más rastrero, que se anuncia en todas las campañas electorales.  Hemos cambiado el mito del vuelo inalcanzable por las pobres alas de la gallina que ni quiere saltar las bardas del corral.
Uno se pregunta ahora si cada nueva oferta, más  o menos generosa según corren los tiempos, sobre el justo reparto de los bienes materiales y derechos, puede realizarse sin que cada uno de nosotros esté dispuesto a renunciar al interés propio; si los derechos pueden ser cumplidos sin que cada cual cumpla con sus deberes. Es decir, si existen en cada ciudadano motivos e intenciones para que cada uno se responsabilice éticamente de sus acciones, para que las leyes que protegen nuestra libertad y nuestros derechos puedan realmente no sólo ser cumplidas, sino promulgadas en nuestros corazones y no se conviertan en armas que nos arrojamos unos contra otros en nombre de ese ente abstracto que hoy se llama “la ciudadanía”. Y esto, que es la base de la democracia y es también la esencia de nuestra cultura, griega, cristiana e ilustrada, ¿dónde y cómo se aprende?, ¿cómo y dónde se enseña? ¿Cómo construimos el lugar de un futuro para todos?
La generación de nuestros hijos se ha levantado sobre una sucesión de ruinas -el muro de Berlín (1989), las Torres Gemelas de Nueva York (2001), la masacre del atentado del 11-M en Madrid (2004)- que se han constituido en símbolos de las ruinas de los nuevos mitos, de esa lectura del mundo hacia un progreso indefinido y automático. Y esas ruinas nos sitúan ahora ante una alternativa más dramática y global: civilización o barbarie, ética o degeneración regresiva. 





22/1/14

VIII CONFESIONES


"Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto." (JOSÉ BERGAMIN)

Antes de seguir adelante tengo que hacer esta confesión que debería haber hecho: que todo cuanto digo aquí está dicho desde mi propia  y humilde trayectoria vital, seguramente plagada de errores, pero de la que no puedo ni quiero prescindir. En este sentido, tendréis que perdonar muchas veces el tono quizá demasiado seguro con que haré ciertas aseveraciones, viniendo como vienen de alguien que no se considera “experto en la materia”, sino un buscador de verdades y criterios de los que nunca está seguro del todo. 
Yo creo que en esta tesitura está hoy mucha gente. Me parece que la crisis no afecta sólo a nuestros bolsillos, sino a nuestras convicciones y seguridades personales. Y en mi caso particular, como mi carácter no me permite cambios ni conversiones bruscas de ningún tipo, hace ya algún tiempo que me encuentro situado en una especie de frontera borrosa de un presente -siempre un tanto atrasado respecto al ritmo vertiginoso de los acontecimientos-, entre lo que voy abandonando del pasado y lo que voy vislumbrando del futuro, en la tarea, quizá inalcanzable, de sustentarme en el fluir del presente, más sentido que pensado, en lo que verdaderamente va asumiendo uno mismo para edificarse.
Y debo hacer otra confesión, aunque algunos que me conocen esto no se lo crean: a mi me costó mucho ejercer la docencia de una manera mínimamente digna y coherente. Hay quienes tienen ciertos dones naturales para la docencia que quizá formen parte de eso que llamamos “vocación”. Yo creo que en mi caso no ha sido así, así es que he tenido que aproximarme como he podido a esas disposiciones a base de esfuerzo y sudor, por razones que tienen que ver con compromisos éticos y sociales -políticos en sentido amplio- mejor o peor cumplidos.  

Lo digo de verdad. El oficio de enseñar es difícil de por sí, y ahora más que nunca.  A ello hay que añadirle, como es mi caso y el de otros muchos de parecida edad a la mía, el haber tenido que digerir, en muy poco tiempo, ideas y doctrinas foráneas, tragadas con ansia, casi sin masticar… No sé si los más jóvenes comprenden esto que nos ha pasado a los de mi generación. Un aluvión de ideas nuevas llegaron de repente y cayeron en estómagos mentales, los nuestros, que estaban acostumbrados a la papilla de los dogmas, el adoctrinamiento ideológico y los catecismos. Lo malo es que esas nuevas ideas se convirtieron en un tiempo récord también en adoctrinamiento ideológico, en dogmas y en catecismos. Ya se sabe: el que manda se acostumbra pronto, y el mandado se cansa enseguida de pensar por su cuenta, y quiere ser cómodamente mandado para luego poder protestar por ello. Es lo que ahora se lleva. Mal panorama; lo sé. Pero nos queda el consuelo de que esto también pasará. La tierra es redonda y da muchas vueltas; la historia también. 

14/1/14

VII UN SONETO SIN QUE NADIE ME LO MANDE



A sílabas cuntadas, ça es grant maestría (GONZALO DE BERCEO)

En la poesía actual se han ido abandonando de forma progresiva la métrica, la rima y otras formalidades, considerándolas un lastre para la inspiración del artista. Una vez se acostumbra uno al verso libre, resulta difícil volver a la clásica tarea de componer versos rimados en estrofas bien medidas. Resulta curioso, sin embargo, que lo primero que sale, casi de manera espontánea, en los primeros tanteos como aprendiz de poeta -estado del que yo debo confesar nunca logro salir del todo- es el verso rimado. Por lo general, el octosílabo en rima asonante alternativa -el romancero, vaya-. Y si uno expurga un poco en los orígenes de las diversas literaturas de las lenguas romances, veremos que el verso aparece antes que la prosa.

Para mí es bastante dudoso que quitarse de encima las complicaciones formales clásicas -medida, rima, estrofas…- facilite una poesía más inspirada o más acorde con lo cordial y sentimental que busca manifestarse precisamente por la poesía. Nietzsche dijo de los griegos, de su poesía, que habían inventado el arte de "bailar con cadenas". Y yo creo que su valoración de las cadenas, en este caso, puede ser compartida. Porque las trabas formales que dificultan la expresión poética tal vez favorezcan la inspiración, en vez de estorbarla, al funcionar como un señuelo para la mente discursiva, que distrae entorpeciendo el proceso de las razones del corazón que la razón no comprende, razones propias de los mundos sutiles, que decía Machado.

En verso, todo esto se podría decir así:

INSPIRACIÓN


Mientras la lechuza duerme 
y sueña entretenida 
con la rima, el ritmo y la medida,
las musas vienen a verme. 

Premonición del verso,
se adentra la palabra
en un futuro incierto.

Y ahora el soneto. Me gusta componer sonetos que luego rompo de manera inmisericorde una vez que entiendo han sido conseguidos -a mi criterio-. Este que incluyo aquí, sobre un tópico clásico y escrito hace ya años, se ha ido salvando por los pelos de las sucesivas purgas que suelo hacer sobre mis papeles escritos.



TEMPUS FUGIT


Por no hacer mudanza en su costumbre (GARCILASO DE LA VEGA)


Cada estación le tiende una emboscada
a éste mi corazón desprevenido;
nada le sirve de cuanto ha vivido
a la hora en que acecha la celada.

Como aquejado sueño en el olvido
de una memoria tan desmemoriada,
vivimos en penumbra derramada
sobre un es que no fue y aún no ha sido.

Cayó la flor y el árbol se desnuda.
Y el verdor y la brisa ya han pasado
como si nada hubiera sucedido.

Y baja como nieve en danza muda
sobre mi corazón desarropado
la amarga desazón de lo perdido.



9/1/14

VI TERRORISMO Y PROPAGANDA



La advertencia contra la publicidad comercial, en el sentido de que ninguna empresa regala nada, vale en todos los campos, y tras la moderna fusión de los negocios y la política, vale sobre todo contra ésta. La intensidad de tal recomendación aumenta conforme disminuye la calidad. (T. W. ADORNO)


Soy un hombre que ama la paz; no conozco ni el aburrimiento ni el hastío, por eso la amo. Pero entiendo que algo debe tener la guerra cuando el bueno de don Quijote prefería las armas a las letras y Juana de Arco se hiciera santa blandiendo la espada. 
Me refiero, claro está, a las guerras antiguas, en las que había soldados, trincheras y unas pocas reglas de juego. Ahora lo que tenemos es la guerra sucia de los drones y las armas químicas, y la aún más degenerada y sucia del terrorismo. 
El terrorista se cree un soldado; pero para ser un soldado no basta con creerse en posesión de la verdad; se necesita defenderla a cara descubierta, con uniforme bien identificable, y teniendo en la otra trinchera a otros soldados también uniformados y armados que defiendan su propia verdad. No es un soldado quien dispara por la espalda en la nuca o hace estallar un coche-bomba con un mando a distancia, matando a inocentes. 
Es verdad que en toda guerra hay víctimas inocentes, pero siempre se justifican como “daños colaterales” por ambas partes en la consecución de los objetivos de guerra. Para el terrorista, la víctima inocente es el objetivo mismo de su guerra. Pues de lo que se trata es del impacto publicitario que obtiene con su crimen; se trata de propagar el terror. Y en ello encuentran siempre la colaboración incondicional de los medios de información, pues están para eso, para propagar.  
Quiero que se entienda bien esto que digo, no estoy tachando a los periodistas de colaboracionistas con el terrorismo. Lo que quiero decir es que la lógica de los medios de información, que es la lógica de la noticia -y una noticia es siempre una mala noticia-, es la que aprovecha el terrorismo -como el ejército soviético aprovechó las inclemencias del invierno ruso para vencer a Napoleón y a Hitler- para conseguir su objetivo, salir en primera página. Sólo que la lógica del invierno ruso no se puede cambiar; la lógica de la noticia sí, si se quiere.

Dice el Tao te king

Sabe que toda decisión recae sobre uno mismo. 
Crecen las zarzas y espinos donde acamparon los ejércitos
y la miseria y el hambre siguen a la batalla. 
Por eso, no quieras arrebatar nada por la fuerza. 
Mantente firme y decidido
y el fruto, maduro, caerá por su propio peso.
El fruto, sin forzarlo.
El fruto, sin jactarse.
El fruto, sin celebraciones.
Quédate contento con el fruto y nada más. 


8/1/14

V HOME SAPIENS



Uno de los regalos que me han traído los Reyes Magos es el libro Home sapiens. Guía para jóvenes emancipados, escrito y publicado por una pareja de jóvenes amigos míos, Alicia Aradilla y Sergio Alonso. El libro es el resultado del trabajo perseverante de estos jóvenes a partir de una web, http://homesapiens.es/, que han mantenido día a día durante más de un año seguido. La iniciativa me parece que se merece un comentario. 
Ya el mismo título -homo (latín, hombre) vs home (inglés, casa, hogar) sapiens- está lleno de sugerencias. Mejor “home” que “homo”, pues el hombre siempre nace y vive en un espacio compartido. Un espacio que no es un simple entorno -un “nicho ecológico”-, sino un lugar de acogida, un mundo apalabrado y empalabrado, un nido, una morada. ¿No apunta este juego de palabras del título a una necesaria reinterpretación y actualización de nuestra tradición y el papel esencial que ha tenido en ella y en toda civilización el hogar familiar? Una tradición que, a pesar de lo mal que nosotros mismos la tratamos, todavía no ha muerto para que sea momificada por los tradicionalistas ni enterrada por los antitradicionalistas, sino que, muy al contrario, se hace necesario revitalizarla antes de que sea demasiado tarde y las luchas fratricidas entre la fe y la razón acabe con ambas. 
Homesapiens, casa inteligente: por aquí hay que empezar de nuevo, por nuestra morada familiar como último reducto de conexión entre lo cultural y lo instintivo, entre lo social y lo personal, lo público y lo privado. Se trata de la evolución del ser humano más allá de lo puramente biológico y más allá también de las pautas sociales impuestas por el poder –político, económico y mediático- y las costumbres consecuentes.  Se trata de la respuesta que damos a nuestras necesidades humanas primordiales –comer y beber, cobijo y vestimenta, aprendizajes básicos, cuidados, valores, sentido del mundo y nuestro papel en él-, que exigen “lugares de acogida” en donde, sobre la memoria de los muertos y la experiencia de los mayores, los vivos y los jóvenes deben ejercer su responsabilidad y su creatividad para recibir a los congéneres del presente y del futuro. Se trata de organizar la resistencia frente a esa jaculatoria hoy tan extendida de “el que venga detrás, que plante olivos”. ¿Dónde están hoy las agallas para plantar olivos y la paciencia solidaria para renunciar a la cosecha en favor de otros?
Home sapiens es una invitación a la emancipación de los jóvenes –y los no tan jóvenes-. Una emancipación que a mí me parece va más allá del simple abandono de la tutela y dependencia de los padres poniendo y haciendo casa propia. Una casa que quiere ser también una muestra de esa herencia primordial en la que cada generación ha de realizar la reconstrucción germinal y permanente de un mundo nuevo, utópico si se quiere decir así, en la configuración de espacios en donde el ser humano se humanice cooperativamente de manera libre y responsable, más allá de las relaciones naturales de emparejamiento y filiación, de modo fraternal. 
Lo que me llama especialmente la atención de la propuesta de estos jóvenes es su carácter constructivo –lleno de sentido del humor, verdaderamente humano- en el momento histórico en que vivimos, preocupados, nerviosos, desmoralizados por el paro, las decisiones de los gobernantes y la protesta airada en la calle de gente que reclama y defiende, confusamente mezclados, derechos de todos los ciudadanos e intereses partidistas o corporativos, que ha degenerado en mareas sucesivas de todos los colores –rojas, verdes, blancas, negras…- que gritan “¡y de lo mío, qué”!  Así hemos ido pasando todos de “buscar una humanidad sin clases a clases sin humanidad”, como dijera proféticamente Carlos Díaz hace ya treinta años .
La mayoría asistimos desde casa, en silencio incómodo, entre estupefactos y aturdidos, tensos y paralizados a un tiempo, al espectáculo servido por los medios, que arriman más leña al fuego y agitan y remueven peligrosamente la olla hirviendo.  Los medios o no saben, o no pueden, o no quieren hacer otra cosa que dar las malas noticias diarias de unos y de otros, contribuyendo así a la destrucción y desmoralización general. Si fuera cierto que la realidad de nuestro vivir cotidiano fuera la que machaconamente dicen las noticias y las declaraciones, nuestra convivencia civil ya hubiera saltado por los aires. No ha ocurrido así todavía porque la mayoría de la gente tiene más sentido común y es más solidaria que aquellos –menos, pero más ruidosos-, que dicen, con más o menos votos, representarnos a todos –el pueblo, Cataluña, los trabajadores, la democracia…- y de quienes dicen informarnos de todo lo que las agencias de noticia dicen que hay que informar. No ha ocurrido en parte gracias al reducto de las familias. 
Alguien dirá que en la propuesta de homesapiens subyace una huida de nuestros compromisos sociales. No lo creo así. La Máquina, con sus aplastantes ruedas del poder político, económico y mediático, dejará de funcionar como tal y de ejercer su imperio sobre las personas cuando éstas le retiren su aquiescencia y su energía vital, como les pasaba a las máquinas invasoras de “La guerra de los mundos” de Wells.  Las llamadas “luchas sociales” son, de algún modo, formas de expresión de la propia Máquina, del sistema, que necesita la agitación y la confrontación para sentirse vivo y legitimarse. Estas luchas están ahora mostrando su verdadero rostro, a un tiempo egotista, destructivo, infantil e irresponsable, en la que confluyen las promesas incumplidas de quienes gobiernan y el cinismo de quienes aspiran a gobernar confusamente revueltas con justas reivindicaciones. 
Me consta que estos jóvenes que me tomo la libertad de poner de ejemplo, como otros muchos, quizá los más inteligentes y mejor preparados, saben todo esto que digo con menos retórica y más certeza que nosotros, burgueses con mala conciencia de serlo, de la misma manera que saben manejarse en el nuevo mundo de la tecnología digital con la naturalidad propia de un nativo; y por eso, algunos empiezan a poner manos a la obra desde una actitud y una mentalidad muy distinta a la de nuestra generación. Se trata de una revolución que no ofrece titulares para la noticia; es invisible, silenciosa, ética y estética, cuyos frutos empezarán a percibir quizá nuestros nietos o biznietos. Se trata de una actitud menos reivindicativa y más escéptica en lo social y político, pero tal vez más positiva y constructiva en lo comunitario.  De ahí que esta propuesta empiece por abajo, por la reconstrucción de los lugares de acogida, homesapiens, un hogar inteligente y compartido, una morada de sabiduría, de amor y de fraternidad humanas. 


5/1/14

IV PEDAGOGO



“Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes” (ANTONIO MACHADO)

Sabemos que poner, apenas abierto este blog, la palabra “pedagogo” es muy arriesgado. La simple mención de esta palabra echa para atrás como si se hubiera mentado la bicha. Uno, doctor en la materia, lo sabe de buena tinta.  Y no hay mejor cuña que aquella de la misma madera del árbol que se quiere abatir. ¿Es que pretendemos derribar el árbol de la pedagogía?
No se trata de eso. ¿De qué se trata, pues? Pues se trata, por un lado, de contar experiencias y preocupaciones de índole personal, como son todas las experiencias y preocupaciones que tienen que ver con toda tarea humana, como es la educación; una tarea siempre inserta en cuanto la rodea, que es todo y es tan determinante hoy día. Por eso, padres y madres, profesoras y profesores, aún jubilados, nuestras cabezas no descansan, y siguen calentándonos la sangre las cosas que vemos a nuestro alrededor y cuentan los amigos y colegas que siguen en la brecha. 
Lo que se cuenta sobre la educación tiene que ver con todo lo que está pasando hoy, esto que llamamos “la crisis” sin saber muy bien qué es, porque quizá uno de los problemas que tiene hoy la pedagogía es que la especialización, por un lado, y la burocratización y politización por otro, la han aislado de la realidad a la que dice atender. Así, los problemas de la educación no se ven como tienen que verse, con toda la complejidad de sus relaciones y derivadas. Es conveniente, sin embargo, que no nos dejemos tentar y arrastrar por las noticias diarias y los debates estériles que se suscitan. Pero es absolutamente necesario hoy ver los problemas de la educación en relación con los demás problemas que zarandean nuestro momento actual y que han ido configurando en la práctica, a lo largo de bastantes años, una determinada pedagogía que aquí y ahora no compartimos.
Veamos un ejemplo para abrir boca. Una guardería -cuyo nombre no diré, porque es una “buena guardería” en base a los criterios pedagógicos que hoy se consideran “correctos”- se anuncia de la siguiente manera: a) Servicio psicopedagógico. b) Personal especializado. c) Actividades extraescolares: inglés, informática. d) Comedor con catering.  e) Celebraciones de cumpleaños
No voy a comentar cada uno de estos anuncios, pues habrá ocasión de hacer referencia a ellos de forma repetida e indirecta. Una posible traducción al ámbito del sentido común sería la siguiente: a) Se trata de una empresa que funciona de forma departamentalizada. b) En ella trabajan especialistas en distintas ramas del saber pedagógico. c) La empresa usa como marketing ofertas de productos de moda. d) Se come “on line”. e) Se ofrecen celebraciones individuales de los niños para desarrollar la autoestima de los padres. 
En realidad, el único pedagogo propiamente dicho de toda esta propuesta pedagógica es el abuelo o la abuela que llevan y traen al nieto cada día cogido de la mano como aquel esclavo griego del que procede el legado de esta palabra.  También está Herodes, por supuesto; pero de éste no queremos hablar. 
A veces pienso que las palabras “pedagogo” y “pedagogía” están lastradas desde siempre de un cierto pesimismo consustancial. No he podido por ello, en este sentido, resistir la tentación de ilustrar este post con un poema que lleva por título “El Pedagogo”. Se trata de un poema indio, escrito en sánscrito clásico y de autor y época desconocidos, traducido y recogido por Octavio Paz en sus “Versiones y diversiones”, que manifiesta desde luego un profundo pesimismo y escepticismo sobre la tarea de la enseñanza. Dice así:
 No llevo cadenas
doradas como la luna de otoño;
no conozco el sabor de los labios
de una muchacha tierna y tímida;
no gané, con la espada o la pluma,
fama en las galerías del tiempo:
gasté mi vida en ruinosos colegios
enseñando a muchachos díscolos y traviesos.
Muchos pensarán, y con razón, que este viejo poema es más que pesimista, es desolador. Es posible. Pero tendréis que reconocer, si miráis a vuestro alrededor con atención y fijando la vista más en los hechos que en los discursos de propaganda, que este poema, escrito seguramente hace ya bastantes siglos, no ha perdido su vigencia, a pesar de que hoy lo leamos en una cultura que se llama a sí misma “moderna” e “ilustrada” y presume de la educación como de su conquista más noble e importante.  
¿No habrá también, desde el principio, algo de falso en la transmisión y entrega de nuestra cultura, en nuestra tradición? Lo digo porque los dos maestros por antonomasia, Sócrates y Jesús, no sólo no fueron entendidos ni acogidos por los suyos, sino que a uno lo envenenaron y a otro lo crucificaron, y además en nombre de la ley. Mayor fracaso con tanto futuro no ha existido en toda la historia de la humanidad.
Si no situamos en los orígenes, el término pedagogo es, como se sabe, de procedencia griega (de paidos-niño y gogo-llevar, conducir).  El pedagogo era, como ya hemos referido, el esclavo griego que se encargaba de llevar a los niños de la casa donde trabajaba al gimnasio, es decir, a la escuela.  A nadie se le ocurre pensar que hoy los pedagogos sean esclavos de nadie, que se sepa. Quienes sufren el trabajo diario del aula más bien piensan que la palabra “pedagogo” tiene hoy más relación con el amo que con el esclavo.  
Y algo de eso hay sin duda. Así que, antes de seguir adelante, diré en mi descargo que, a pesar del título de doctor, yo no he ejercido nunca como pedagogo, como bien saben los que me conocen; ni como amo, ni como esclavo. Aclarado esto, centrémonos en las relaciones entre el amo y el esclavo que nos recuerda la palabra “pedagogo” y pone en evidencia. Pues, efectivamente, en todos aquellos oficios que se ocupan de las obras de misericordia, es decir, de tratar con la inevitable miseria humana, se han establecido interesadas distinciones entre lo práctico y lo teórico: el arquitecto y el albañil, el médico y el enfermero, el pedagogo y el profesor, el político y el ciudadano. Lo mismo ocurre en la educación: una cosa es el pedagogo, que se dedica a predicar lo que hay que hacer, y otra el docente, que lleva sobre sí la tarea práctica y concreta de enseñar a muchachos díscolos y traviesos. 
¿Y cómo es que se ha llegado a esta división de tareas? Pues porque tales distinciones permiten y justifican no sólo la huida del contacto con la miseria y el sudor humanos, sino, además, que se puedan percibir mejores emolumentos, recompensas y reconocimientos por ese mismo abandono. 
Es verdad que ya no se oye decir aquello de “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Pero las cadenas doradas, el entusiasmo erótico, la fama y el dinero que la suele acompañar, son reservadas en nuestra sociedad para políticos, directivos de bancos y multinacionales, futbolistas, personajes y líderes mediáticos, sex symbols, cantantes y cantamañanas de toda lacha; no para el oficio de enseñar al que no sabe. Y no es que yo reclame estas cosas, que siempre han sido más propias de indecentes que de docentes, sino que me hago la siguiente pregunta: ¿No será que todo maestro está llamado por la naturaleza misma de su tarea al sacrificio y al martirio? ¿No es educar siempre una provocación para cualquier poder establecido?
La cruda realidad es que nosotros, los profesores modernos y postmodernos, ni siquiera podemos aspirar al martirio como Jesús de Nazaret o Sócrates de Atenas. Perfectamente integrados en el engranaje de La Máquina y aplastados por ella, guardamos y conducimos niños como el esclavo griego y controlamos y entretenemos adolescentes sin oficio ni beneficio mientras sus padres –padre y madre- son explotados en el trabajo y engañados una y otra vez en el consumo de productos e ideas que la propia Máquina segrega. 
Triste conclusión, propia del escéptico que uno lleva dentro. Pero tengo que advertir que soy un escéptico consecuente, y por tanto, soy también escéptico con mi propio escepticismo. Si no, ¿por qué me iba a meter a bloguero? 

3/1/14

III LA MADEJA DE LA MEMORIA





Lo último que encontramos, cuando hacemos una obra, es saber qué es lo que hay que poner primero.
PASCAL


El primer problema que se me plantea a la hora de dar forma a mis reflexiones es por donde tiene uno que empezar. Por el principio, claro. Pero, ¿dónde está ese principio? El tema que servirá de eje a estas reflexiones es la educación; pero yo no quiero hablar de ella como un experto, porque no lo soy y, además, eso sería reducirla a una especialidad académica que precisamente hace mucho daño a la educación.  La educación tiene para mí, una apariencia poliédrica, de tal manera que son muchos los principios por donde uno puede empezar y sobre los cuáles asentar una cualquiera de sus bases. Y creo que esto me ocurre no sólo por los años vividos, que llenan de matices todas las apreciaciones, sino también por mi propia experiencia en el oficio, que he ejercido en distintos lugares y desde distintas perspectivas o miradas sobre el tema. 
La educación, en su realización práctica, tanto social como profesional, se encuentra siempre inmersa en un cúmulo de factores interrelacionados de los que no podemos prescindir sino en deterioro de la misma tarea: un cuerpo pensante y sintiente aquí y ahora, por dentro y por fuera, una lengua con la cual habla, escucha y piensa, un contexto cultural heredado de ideas, valores y costumbres, otros cuerpos y otras almas, otras variables de lengua y pensamiento, otros valores con los que entra en relación, mediaciones políticas, ideológicas, de creencias sobre la tarea, condiciones pragmáticas de índole burocrática, económica, familiar, que se multiplican por todos y cada uno de los factores que constituyen la realidad humana sobre la cual un padre o una madre, un profesor o profesora, un político, un artista, un periodista, un personaje famoso, ejerce su influencia como educador, de manera consciente o inconscientemente. 
Esta representación poliédrica que adquiere nuestro tema me permite y al mismo tiempo me exige desarrollar estas ideas no de forma lineal, sino colocando la base del poliedro una vez de un lado y otra vez de otro, y desde cada posición reconstruir mi argumentación tocando casi los mismos puntos una y otra vez. La memoria, estoy convencido de ello, no funciona mediante el procedimiento de cortar trozos de información y luego pegarlos y ordenarlos según un plan predispuesto, sino mediante la aplicación de capas sucesivas que se impregnan unas con las otras, como cuando se barniza como Dios manda una superficie de madera: lijado y brocha, lijado y brocha, lijado y brocha...  Es lo que ocurre también en una conversación. Consecuentemente con estas premisas y en coherencia con mis presupuestos sobre el aprendizaje humano, no expondré mis reflexiones de una manera lineal y esquemática, sino, siguiendo el hilo de la madeja de la memoria, que es, como dijo el poeta, una manera de “ir dando vueltas al atajo”.

2/1/14

II Posts, o sea, cartas





Cartas iban y venían
desde Londres a Madrid. 


El género epistolar ha perdido mucho predicamento, tanto en la solidez de sus soportes como en la relevancia de sus contenidos. Desde que se descubrió la escritura, hemos ido pasando de la solemnidad del pergamino lacrado y entregado en mano, a la puntual y ubicua evanescencia del soporte digital y a la trivial brevedad de los sms o los whatsapp, donde se descoyuntan a la vez la gramática, la retórica y la dialéctica -todo el trivium- sin ninguna clase de pudor ni miramiento. No sé si esto será para bien o para mal -ahí están, por ejemplo, las tradiciones orales, abuelas de estas que tenemos escritas y pantallizadas, para testificar el valor efímero y a la vez constante de la voz humana-. 
Les paroles s’envolent, les écrits restent, dice el viejo proverbio corso. El problema está en que nos hemos acostumbrado a que los escritos permanezcan fuera de nosotros y, como ya avisaba el rey Thamus del viejo mito platónico, hemos ido perdiendo no sólo la capacidad de memorizar las palabras sino también la capacidad de responder a ellas y de ellas. Los sms no sólo están desprovistos de cualquier intención de permanencia, sino infectados de un olvido irresponsable desde su raíz misma. 
Quisiera que los posts de este blog conservaran algo del género epistolar, aunque sea a costa de que al lector habitual de las pantallas le parezcan auténticos “ladrillos”.  La red, a un tiempo tan ubicua como efímera, no facilita el necesario proceso de reflexión que yo quisiera compartir con los lectores. Este proceso tiene, al menos en mi caso, una estructura dialógica, y por eso la “carta” permite en gran parte recomponer en la escritura las condiciones, más eficaces, llanas y abiertas, de una conversación, al tiempo que conserva la distancia necesaria para suscitar un mínimo de reflexión. Para mí, en todo caso, es más fácil escribir si lo hago dirigiéndome a un tú, a alguien, real o imaginado, que me escucha y me interpela configurando una posible antítesis argumentada a lo que yo pueda decir. O sea, que estas reflexiones mías tienen, para qué negarlo, cierta voluntad de permanencia; la imprescindible al menos para permitir que sean a su vez reflexionadas, es decir, contestadas y criticadas. Por eso escribiré pensando que envío cartas por el viejo correo de superficie, es decir, en papel –ni tan sólido y solemne como el pergamino, ni tan gaseoso y transitorio como el e-mail-. Sólo que se trata de cartas que van en sobre sin cerrar y el sello sin matar, vivas y abiertas a todo el mundo. Aunque nadie las conteste, espero anhelante vuestras propias reflexiones.