3/1/13

I Cálamo currente



“He decidido comer y beber con moderación, dormir lo necesario, escribir únicamente lo que contribuya a hacer mejores a quienes me lean, abstenerme de la codicia y no compararme jamás con mis semejantes” (PABLO d’ORS)

Esta cita de Pablo d’Ors que enmarca el primer post de este blog quiero que siga presidiendo en mi memoria todos los demás. Porque en su aparente simpleza y sencillez encierra una propuesta difícil de llevar a cabo en un mundo en el que resulta hoy muy fácil  -aunque no lo sea para todo el mundo- comer más de la cuenta, dormir más o menos de lo necesario y escribir lo que primero a uno se le ocurra creyéndose además un Cervantes, un Dante o un Shakespeare. 
El mundo -este mundo de las sociedades privilegiadas que se llaman “del bienestar” donde algunos tenemos la suerte de vivir- sigue dividido, quizá ahora más, en gente que va cambiando de dieta para adelgazar por comer demasiado y gente que no necesita cambiar de dieta porque la tiene siempre fija y escasa por definición. Eso por un lado. Por otro: ¿cómo, quién, bajo qué criterios se decide cuánto necesita uno dormir?  Porque también en el dormir hay un reparto muy desigual y por causas muy distintas: desde el ejecutivo, el político o el famoso, que no duermen porque quieren siempre ganar más, adquirir más poder o tener más presencia, hasta quien no duerme  porque le acucian los problemas que tendrá mañana para sobrevivir, él y su familia, o al otro que se pasa todo el día dormido, aunque sea con los ojos abiertos, porque el hastío y el aburrimiento le corroen el alma. 
Y ahora entro en lo que atañe a los que escribimos, como es mi caso.  Yo dudo mucho que al tomar esta decisión, cuyo espíritu comparto con Pablo d’Ors, de escribir solamente aquello que contribuya a mejorar a mis lectores, se cumpla realmente por dos razones: 
La primera -y no sé si esto también le ocurre a todos los que escriben, que ahora somos legión gracias a las nuevas tecnologías-, porque me resulta muy difícil disciplinar mi cálamo, que tiende casi de manera natural a sobrepasarse en ocurrencias de toda índole, muchas dañinas y las más irrelevantes. ¡Pero uno las ve tan bonitamente escritas, tan ocurrentes, tan incisivas y provocativas, tan clarividentes...! 
En los casos en que me ha tocado enseñar a otros el oficio de escribir, en las aulas o en los llamados “talleres de escritura”, siempre he aconsejado que utilicen más que ninguna otra la operación de borrar y eliminar sobre lo escrito. Pero sé por experiencia cuán difícil de aplicar resulta esta regla, por lo que tiene de cura de humildad. 
La segunda razón de mis dudas es que, a mi edad, todavía no tengo claro qué cosas leídas contribuyen a que seamos mejores de lo que somos. Voy sabiendo, eso sí, cuáles son las que nos empeoran -pues no toda lectura es para bien, como parece que se defiende hoy sin matices-. Así es que esta segunda razón se une a la primera en la misma operación de salvaguarda: qué borramos, qué suprimimos, qué eliminamos de aquello que vaya trayendo el correr de la pluma -cálamo currente- a este blog. Y por eso pido a los lectores que me ayuden -y Dios con nosotros- en este difícil empeño.